Hay días en los que sientes que te comes el mundo. Existen otros días en los que desearías que el mundo te comiera. Cada día es distinto, cada día pensamos una cosa, aunque mantengamos firmes nuestros principios, por supuesto.
Cada día es distinto. Un día queremos amor, otro día huímos de él a toda costa, como alma que lleva el diablo.
Tontos de nosotros, tristes humanos... Pensamos que podemos huir del amor, como si de un molesto insecto se tratara, como si de un golpe te lo quitaras de encima... Tontos, más que tontos.
El amor no se huye, pero tampoco se busca. El amor viene, el amor se va. A veces te da de pleno, otras tan sólo te roza, ¿quién sabe? Eso no se elige, o pasa, o no pasa, sin más, sin elección. Sin embargo, hay algo de lo que el ser humano posee el derecho (y el lujo) de poder elegir.
Existe una opción, es arriesgada, como la vida misma. Entregarse, dejarse ganar. Jugar, arriesgar.
¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a ello?
No hay comentarios:
Publicar un comentario